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Boris Johnson renuncia como primer ministro británico

LONDRES — La etapa de Boris Johnson como primer ministro ha llegado finalmente a su desenlace.

El martes por la tarde, dos de las figuras más importantes en su gobierno —el ministro de Finanzas, Rishi Sunak, y el secretario de Sanidad, Sajid Javid— dimitieron en un lapso de pocos minutos, seguidos rápidamente por varios diputados, viceministros y asistentes parlamentarios. El miércoles, las cosas fueron a peor: la cascada de dimisiones desembocó en un encuentro extraordinario en el número 10 de Downing Street, residencia oficial del primer ministro. Allí se congregó un grupo de miembros de su gobierno que le pidió a Johnson que dimitiera. Él se negó, pero el jueves en la mañana había accedido a renunciar como líder conservador y luego anunció que renunciará como primer ministro.

La causa inmediata de la caída del primer ministro fue otro escándalo. En los últimos días se ha sabido que Johnson había nombrado a un diputado llamado Chris Pincher como supervisor de la disciplina y el bienestar del Partido Conservador a pesar de las acusaciones de conducta sexual inapropiada que pesaban sobre él. El primer ministro intentó al principio aducir que entonces no sabía que existían esas acusaciones. Después se demostró que sí lo sabía, lo que provocó una gran indignación.

El escándalo, aunque es innegablemente grave, no es la peor falta que Johnson ha cometido. (Las aspirantes a esa distinción son demasiado numerosas para citarlas). Y, sin embargo, ha acabado siendo la perdición de un hombre que, durante meses, ha frustrado todas las expectativas sobre su salida del cargo; de un hombre cuya bravuconería y optimismo parecía trascender todas las reglas de la práctica política. En este ambiente enfebrecido, se arremolinan muchas preguntas en torno a la política británica. Una de las más pertinentes es: ¿por qué ahora?

Naturalmente, la respuesta en parte es que Sunak y Javid, conscientes del profundo descontento en el partido, estaban esperando el momento oportuno para derribar al primer ministro. Pero ¿qué hizo que este fuese el momento correcto?

Parece extraño, pero lo que en realidad podría haber derribado a Johnson no es un escándalo, sino una disculpa. El martes, contravino una costumbre en toda su vida política y admitió haber obrado mal respecto al nombramiento de Pincher. “Fue un error, y me disculpo por ello”, dijo. Unos minutos después, empezaron las dimisiones.

En un mandato marcado por el escándalo y la controversia, Johnson ha expresado algunas veces su pesar o ha insinuado sin mucho convencimiento que las cosas cambiarían. Pero mostró su empeño en no disculparse nunca del todo. Era, junto con su humor jaranero y su impávido semblante, una piedra angular de su comportamiento y su estilo. Ahora, mientras el país espera su destitución en cuestión de días, quizá considere que, de todos sus errores de cálculo, el más fatal fue decir “lo siento”.

Johnson tendría que haberlo sabido antes. En enero, presionado para que respondiera ante los crecientes indicios de que había vulnerado las restricciones durante la pandemia, prescindió de su habitual exuberancia. “Lamento profunda y amargamente lo sucedido”, dijo en una entrevista televisiva, bajando la mirada. La reacción negativa fue instantánea.

Los diputados conservadores, hasta entonces relativamente tranquilos ante los detalles que fueron conociéndose sobre la fiesta en Downing Street, se pronunciaron para decir que habían presentado una carta de solicitud de moción de censura; uno se marchó para unirse a otro partido. Los analistas predijeron su destitución inminente. El drama solo se calmó al día siguiente, cuando Johnson volvió a su estilo impenitente, restando importancia a las objeciones y comportándose como si nada fuera mal.

En las semanas y meses siguientes —durante los cuales una investigación independiente reveló que los funcionarios del gobierno habían vulnerado las restricciones por la COVID-19 y los índices de aprobación del primer ministro cayeron en picado— solo cuando fue multado por la policía por haber asistido a una fiesta ilegal estuvo cerca de disculparse. Pero esa vez también fue una disculpa del tipo parcial, autoexculpatoria. Y, a pesar de que se había pedido un voto de confianza en su contra, se negó a emplear un tono conciliatorio.

Le funcionó lo justo: Johnson superó la moción con el voto en contra de dos quintas partes de su partido. Parecía haberse alcanzado un impasse, que probablemente duraría todo el verano. Después se produjeron los acontecimientos de la semana pasada.

Merece la pena reflexionar sobre por qué una disculpa parece haber alterado tanto los cálculos. En realidad, la decisión de castigar las transgresiones morales es a menudo menos sencilla de lo que solemos admitir. Los escándalos tienden a estallar, no cuando la gente “se entera” de la mala conducta —hace tiempo que circulan en Westminster las historias sobre la conducta inapropiada de Pincher—, sino cuando cree que hay una mayoría de otras personas que juzgan que eso está mal. Al fin y al cabo, las personas emiten rara vez sus juicios en un vacío.

Esto se da especialmente en la política, quizá, donde el apoyo se puede medir con cifras. A menudo, las disculpas que se ofrecen con la esperanza de mitigar los daños pueden en su lugar abrir las compuertas. Al confirmar que uno hizo algo mal, da permiso a quienes lo acusan para buscar su castigo. Deja fuera de toda duda que están haciendo lo correcto al juzgarte. Esto no quiere decir que los políticos hagan mal en disculparse cuando cometen un error, por supuesto. Es solo que, en la política, tiende a no salir bien.

No se trata de un fenómeno nuevo, aunque, en estos tiempos de descaro, el costo político de la disculpa parezca haber aumentado. Richard Nixon, por ejemplo, dejó sellada su mancillada reputación cuando se disculpó por sus actos. La carrera política de un vice primer ministro, Nick Clegg, nunca se recuperó después de que se disculpara por incumplir una promesa electoral. Y, por lo general, se consideró que las disculpas ofrecidas por Al Franken cuando fue acusado de acoso sexual debilitaron su posición.

Johnson parecía entender esto mejor que cualquiera de sus predecesores. Tenía una notable maña para no disculparse. Su manera relajada de negar las acusaciones inducía una especie de disonancia cognitiva en la cabeza de quienes las hacían —¿se les estaba escapando algún dato? ¿Se estaban volviendo locos? ¿Lo estaba él?—, y esto permitió que sus seguidores también las negaran. En los últimos meses, se ha producido una suerte de vacío moral en el gobierno británico, donde nadie parecía tener el poder de exigir al primer ministro que rindiera cuentas.

Ya no es así. En efecto, el control del poder de Johnson ha terminado. Es de suponer que no es un consuelo que no tenga a nadie a quien culpar sino a sí mismo.

 

Estos son los posibles aspirantes a sucederle como nuevo líder del Partido Conservador y futuro primer ministro del Reino Unido.

Rishi Sunak

El ex canciller fue el presunto sucesor de Johnson durante varios meses después de que se ganara los elogios por supervisar la respuesta financiera inicial del Reino Unido a la pandemia del covid-19.

Pero la figura de Sunak se hundió a principios de este año tras las revelaciones de que su esposa tenía un estatus fiscal no domiciliado en el Reino Unido y que él tenía una tarjeta de residencia estadounidense mientras era ministro. Sin embargo, sigue estando entre los favoritos de las casas de apuestas para ocupar el puesto de Johnson.

Sajid Javid

Al igual que Sunak, el secretario de Sanidad, Sajid Javid, dimitió esta semana por la mala gestión de la renuncia del antiguo jefe parlamentario de Johnson tras un escándalo de conducta sexual inapropiada. Aunque el discurso de dimisión de Javid sonaba muy parecido a la paltaforma de un primer ministro, esbozando cómo remodelar el partido para las futuras generaciones, aún no está claro si se presentará.

Liz Truss

La secretaria de Asuntos Exteriores, que ha dado a conocer sus ambiciones de liderazgo en los últimos años, podría estar ahora en primera fila para el cargo. Truss es popular entre los miembros conservadores, que elegirían al eventual ganador de una contienda interna en el partido. El mes pasado, una fuente que trabaja en el Ministerio de Asuntos Exteriores dijo a CNN que Truss había estado en “interminables reuniones con parlamentarios” y que “se ha insinuado que está viendo cuál es su base de apoyo, si llega el momento”. La oficina de Truss negó que se fuera a producir una candidatura encubierta al liderazgo.

Penny Mordaunt

La ministra de Comercio es una de las favoritas de las casas de apuestas para sustituir a Johnson. Tras el voto de confianza del mes pasado, Penny Mordaunt se negó a comentar si apoyaba a Johnson, levantando las cejas entre los observadores de Westminster cuando dijo: “Yo no elegí a este primer ministro”.

Tom Tugendhat

Antiguo militar británico que preside el Comité Selecto de Asuntos Exteriores, Tom Tugendhat ha sido uno de los más firmes críticos de Johnson y no ha ocultado su deseo de convertirse en primer ministro.

Nadhim Zahawi

Menos de dos días después de ser nombrado canciller, en sustitución de Sunak, Nadhim Zahawi pidió públicamente a Johnson que renunciara. Hasta su ascenso, Zahawi, que se incorporó al gabinete hace menos de un año, era considerado una opción poco probable como próximo primer ministro. Pero su ascenso bajo el mandato de Johnson ha sido rápido, dejando su huella con un éxito temprano como ministro de vacunas en medio de la pandemia de coronavirus y luego como secretario de Educación.

Jeremy Hunt

Antiguo secretario de Sanidad y de Asuntos Exteriores, Jeremy Hunt perdió la votación por el liderazgo en 2019 frente a Johnson. Desde entonces, se ha erigido como diametralmente opuesto a Johnson y es, sin duda, el aspirante de mayor perfil en el lado moderado y contrario el Brexit del partido.

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